Era un sábado por la mañana, el sol cálido indicaba que
debía salir a disfrutar de Santa Marta; leyendo una revista local, encontré un artículo
sobre el lugar donde murió el libertador y tal artículo sembró la idea en mí de
visitar ese tan mencionado hogar que sirvió de lecho de muerte al gran Simón
Bolívar.
La mañana avanzaba y, justo a las 10:02 de la mañana,
llego a la Quinta de San Pedro Alejandrino en un taxi que en cuyo interior
sonaba música clásica, muy raro en la ciudad; el taxi parecía un canario
susurrando su silbido armonioso con su pico, me acerco a la caja a cancelar
los 12 mil pesos de mi entrada y, apenas,
paso la línea del celador, Luis Martínez, quien dijo: “seguramente, te
enamorarás de este lugar, cuidado con el dengue que hay muchos mosquitos por
esta zona”.