En
estas épocas de diálogos y acuerdos por firmar, manan comentarios de la
izquierda en la necesidad de acaparar más de lo que piden. Tras solicitar
múltiples y procaces beneficios, que son el símbolo de burla para las víctimas
y sus familiares, siguen en la absurda empresa de gobernar y convertir el país
en un territorio comunista, con el pretexto de la equidad y el rechazo a la
tenencia de tierras.
No
es una idea descabellada pensar que la paz no se consigue con una firma en un papel
donde se consignen los compromisos de las partes. De hecho, hay mucha razón en
esto. La paz se construye paso a paso, fortaleciendo correcta y no
corruptamente, cada uno de los estamentos y sectores que componen nuestra
estructura política y social.
Sin
embargo, lo anterior no es excusa para permitir que las Farc tengan su lugar en
la política de nuestro país y que les sean absueltos todos sus delitos. Aceptar
estas condiciones implica burlarse en frente de miles de víctimas y familiares
que fueron marcados de por vida y otorgarles un boleto para gobernar con
desatino. Sus acciones ilegales no deben transformarse en objeto de
glorificación y aquellos insurgentes no deben pretender ser santidades sin
delitos.
El
acuerdo de paz, por estos momentos, se está tratando con los subversivos de las
Farc, por tanto, ¿qué interés tienen estos en que el paramilitarismo sea
eliminado y encarcelado? Quizás una sea forma de desviar la atención de los
colombianos para sustentar sus acciones como una reacción de defensa cuando los
enemigos siguen libres. ¿No será, más bien, que la solución que estos deben
plantear es iniciar diálogos con los ilegales de derecha?
Llegará
el momento donde la historia del país sienta una turbación. Algunos creen que
firmar la paz es un paso agigantado en todo este proceso. Otros tantos pensamos
que, aunque esperamos con ansias que algún día el conflicto acabe, con la forma
de llevar a cabo esta cadena de momentos, se hace un gran homenaje a la
impunidad y se indultan los actos más inhumanos e inherentes al terrorismo.
Escribió Laura V. Orozco
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