
Por Dagoberto Mata
Eran
las dos de una madrugada infernal de mayo, cuando el cabo Antonio Erira Linares
y sus 10 compañeros fueron despertados por una inclemente lluvia de granadas de
mortero, ráfagas de ametralladoras, fusiles y disparos de pistola que caían de
todas partes. Pensaban que era el final de sus vidas.
No
era, por supuesto, un fenómeno natural. Aproximadamente, trescientos guerrilleros del frente
Luis José Solano Sepúlveda del Ejército de Liberación Nacional E.L.N. acabaron
con la tranquilidad del cabo y su escuadra de soldados, que se encontraban a
las afueras del municipio de Morales, Sur de Bolívar, el 21 de mayo de 1998.
Este
episodio se presentó cuando las guerrillas del ELN y las Farc se encontraban con
el pie de fuerza más alto de su historia; por tanto, tenían como objetivo
debilitar al Estado colombiano por medio
de las tomas guerrilleras a las bases militares, estaciones de policía y un sin
número de actos terroristas que
cometieron en la década de los noventa..
Fue
tan fuerte el combate, que la escuadra que estaba bajo el mando del cabo Erira se
encontraba aterrorizada y casi desvaneciendo. ”Habían soldados que lloraban del
miedo y me gritaban: ‘mi cabo nos van a matar, entreguémonos’, pero yo les
decía que no, que nosotros teníamos los
fusiles para defendernos. Yo los motivaba y les decía que si era el caso nos
hacíamos matar ahí, pero entregarnos jamás”, cuenta el ahora sargento primero Antonio Erira Linares,
mientras se acomoda en la silla donde está sentado.
-Nos
disparaban con todo, eso se escuchaban disparos de todo calibre: fusil AK- 47,
fusil Galil, pistola, granadas de mortero, granadas de mano y armas no
convencionales. Nosotros solo teníamos los fusiles de dotación, ellos tenían mayor poder de fuego que
nosotros- recuerda.
El
suboficial Erira es oriundo de la ciudad de Pasto, Nariño. Dice que proviene de una familia
campesina, que emigró a la ciudad por las condiciones en las que vivía. De sus
momentos de infancia, recuerda sus travesuras, la escuela y los momentos
difíciles que le tocó vivir al lado de su madre, después que su padre se
marchara.
La
venta de chance y papas fritas fueron unas de las tantas actividades que tuvo
que realizar para llevar la comida a su casa, antes de ingresar al Ejército. Él
recuerda que se comprometió muy temprano con el amor de su vida y que ella también le ayudaba con esta labor.
Pero
una casualidad de la vida, lo puso ese día en el lugar de los hechos para que
todo cambiara y su historia se partiera en dos.
A él le fue encomendada una misión: reemplazar por 10 días a un cabo que
se encontraba como comandante de esa escuadra.
Historia del secuestro
Antonio
Erira hacía parte del Batallón Luciano de Luyer, ubicado en San Vicente de
Chucurí, Santander; allí se desempeñaba como ayudante de comando y no le vio ningún
problema cumplir esa orden. Por su mente no pasó lo que podía ocurrir, sabía
que estaba en el Ejército y allí las órdenes son para cumplirlas.
El
Sur de Bolívar, históricamente, ha sido una zona dominada por los grupos al
margen de la ley; por tanto, en la década de los noventa no era la excepción.
En esta área del país, los grupos ilegales cometen actos ilícitos como siembra
de cocaína, marihuana, secuestros, desplazamientos y un sin número de actos criminales.

-Era
una zona dominada por la guerrilla del ELN, los pelaos eran inexpertos y no tenían conocimiento de la
guerra; eran soldados regulares que fueron metidos a la boca del lobo por un
error. Allá tenían que estar soldados capacitados; soldados profesionales-
recuerda.
Un
despertar normal en el Ejército del cabo Erira antes de ese 21 de mayo era pasarles revista a sus soldados, centinelas,
constatar que la seguridad estuviera bien, lavarse los dientes y, posteriormente, tomarse
un chocolate con una arepa de desayuno. Pero
ese día, cuando despertó después de tres horas de combate y de haber perdido el sentido por el impacto de
las granadas que le cayeron cerca, el cabo no hizo su labor diaria: fue
despertado por las patadas que le dieron en la cara los integrantes del ELN que
los habían copado.
No
había nada qué hacer. Estaban en manos de su adversario. Una de las patadas
propinada por un guerrillero le había tumbado parte de su dentadura y las
esquirlas de granada que impactaron su cuerpo eran un indicio de lo que estaba
por comenzar: dos años y siete meses de sufrimiento.
Con
la voz entre cortada, Antonio trae a su mente ese momento inolvidable en el que
fue retenido por el ELN . “A las cinco y media de la mañana, calculo, perdí el sentido por acción de granadas de
mortero y bombas que me caen cerca. Cuando desperté, ya estaba amarrado, tirado
en el piso. Los guerrilleros me despertaron a punta de patadas y golpes con los
fusiles en la cara; en ese momento, comenzó ese suplicio donde quedé capturado
junto a cuatro soldados“, afirma.
Eran
un infierno. Durante los primeros días los insultos, escupitajos y un sinnúmero
de humillaciones se convirtieron en el pan de cada día. “Ellos nos trataban muy
mal durante los primeros días, vivíamos a los desprecios de ellos. Nos decían
mulas del gobierno. A veces, nos preguntábamos si estamos a manos de estas
personas ¿por qué mejor no nos matan? Era algo muy complicado”, narra aún con
rabía.
Durante
el cautiverio, el cabo Erira vivió momentos que
nunca se borrarán de su mente, desde los más dolorosos como ver morir a
dos de sus compañeros; uno de sus soldados murió tres meses después por un rayo
fulminante; y un policía, de pena moral. Además, recuerda ese momento en el que
un guerrillero le da una biblia.
El encuentro con Dios
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En primer plano, y después del guerrillero, está el cabo primero Antonio Erira y sus compañeros de cautiverio. |
Este
episodio hizo que condiciones de crueldad en las que vivía el suboficial y que
las largas caminatas por los departamentos de Bolívar, Cesar, Antioquia y Norte
de Santander, donde eran movidos los secuestrados, pasaran de ser un suplicio a ser algo del
vivir diario; pero también que su vida se transformara para siempre con la
llegada de ‘papá Dios’. “Ese fue mi aliciente en el cautiverio, ya nada me
molestaba, si había que comer bien, y si no me daba lo mismo. Me sentía en paz
y le daba gracias a mi Dios por todo“, afirma Antonio.
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El cabo Antonio Erira, cuando bajaba de la aeronave que lo trajo a la libertad |
Dentro
de lo más duro que vivió el cabo Erira durante su secuestro, era a la hora de
ir al “baño” a hacer sus necesidades,. “Teníamos que pedirles permiso a ellos
para hacer nuestras necesidades fisiológicas, y el jefe nos mandaba con tres
guerrilleros hombres y mujeres; los cuales se ponían en triángulo apuntándote.
Nos tocaba hacer las necesidades con ellos viéndonos. Es algo tan bajo, tan
inhumano que un día yo aburrido con rabia le dije al jefe: no me vuelva a
mandar con mujeres, mándeme con hombres y así fue”, recuerda aún con rabia en su rostro.
Una
posible fuga masiva se pasó por la mente del comandante guerrillero. El motivo
de este pensamiento fue el gimnasio improvisado que montó el suboficial con sus
compañeros para pasar el tiempo,. ”Alias el ‘indio’ dio la orden de sacar todo
lo que teníamos dentro para hacer ejercicio, porque nosotros nos estábamos
preparando para una fuga masiva. Imagínese usted, en medio del Catatumbo, selva
virgen, ¡qué nos íbamos a volar! Nos sacaron todo eso, y yo dije bueno, los
ejercicios los hacemos aquí dentro; yo me colgaba en las barandas de la celda
que los guerrillos habían hecho y escondido los hacía”, explica, sonriente, el
suboficial.
Lo que se hereda no se hurta
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El cabo Erira abraza a su hijo el día de la liberación. Al lado, están su esposa y su hija |
Lo
que comenzó como una simple necesidad de una libreta militar, hoy se convirtió
en parte de su vida. Él recuerda que
entró al Ejército porque necesitaba ese documento para aspirar a una mejor
opción laboral, no sabiendo que, poco después, por su entrega y compromiso como
soldado regular, sería seleccionado para ir a hacer curso de suboficial.
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El cabo Erira, rodeado de su familia y medios de comunicación |
Aunque quería durar un tiempo más en la institución
no fue posible, no fue convocado a un próximo acenso. “Quería ser sargento
mayor“, dice.
La noticia más esperada
En
la década de los noventa, un centenar de policías, militares y civiles fueron
secuestrados por los grupos al margen de la ley. Algunos de ellos no alcanzaron
a recibir la tan anhelada noticia de su liberación; murieron en cautiverio,
pero Antonio, afortunadamente y gracias a su Fe, la recibió.
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Fue
en una de esas partidas de ajedrez, que
el suboficial y sus compañeros recibieron la gran noticia, la de la libertad.
En un radio que había canjeado por un camuflado roto, el cabo fue el único que escuchó
la noticia, mientras sus compañeros se encontraban concentrados en la partida.
–Yo
fui quien captó la noticia, los demás estaban concentrados en su juego. Les
dije: ¡ey silencio, silencio! Oigan. ‘si señor usted lo ha anunciado en las
últimas horas serán liberados todos los policías y militares que se encuentran
secuestrados por la guerrilla’, dijo el periodista. Todo mundo comenzó
¡biennnn! Eso se armó una fiesta grande allá dentro- dice el sargento, dejando reflejar su alegría
después de tanto tiempo.
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El
episodio del pequeño guerrillero tenía que quedar atrás, en la selva. Había que
alistarse para el reencuentro con la familia.
–
Como a las 5 de la tarde, llegó el cabecilla, le decían el ‘Indio’. Nos reunió
y confirmó la noticia, nos dijo: ’ustedes ya lo han escuchado, el comando
central dijo que ustedes tienen que ser entregados al gobierno’. Eso estábamos
más contentos. Nos entregaron un par de botas amarillas, sudadera, toalla, dos
interiores y una camiseta blanca- dice.
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Los recuerdos y manualidades que un día fueron
el aliciente de Erira y sus compañeros no podían ser dejados a la hora de partir. “Comencé a echar todo lo que tenía en
un bolso que nos dieron. Dije, así me pese me lo llevo. Como a las ocho de la
noche, comenzó a llegar esa manada de guerrilla, por cada secuestrado iban tres
guerrilleros. Y nos dice el ‘Indio’ ese:
si ustedes quieren llegar sanos y salvos a la casa no intente volarse, porque
plomo es lo que hay aquí, nos dijo el man. ¿A quién se le va a pasar por la
cabeza volarse sabiendo que va para la casa? Eso era una cantidad de gente
caminando por esa cordillera con linterna, eso era suba y suba y suba“,
describe.
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-De
ese lugar, donde hicieron todo eso, nos subieron en un helicóptero, y nos
llevaron para Bucaramanga- dice.
Tres
años de sufrimiento habían culminado. Antonio aún conservaba esa imagen en su
mente de sus hijos y su esposa el último día en que los vio. Él no contaba con
que se habían crecido, y su esposa había cambiado un poco. Desde el aire,
trataba de ubicarlos, antes que la nave aterrizara, pero era imposible, la
multitud no lo permita, todos estaban de blanco.
Cuando
aterrizaron, un cordón de seguridad no dejaba pasar ni una “mosca”, pero sus
hijos, con ganas de
abrazarlo, lo rompieron. “Los que rompieron esa barrera fueron mi hijo y mi hija. No los conocía, fue un momento tenaz. Cuando me bajé del helicóptero, ellos me abrazaron, yo estaba llamando a otros. Eso fue muy impresionante. Había una señora que me trataba de coger con un ramo de flores en la mano. Yo decía pero ¿quién esta señora? Cuando mi hija me dice: ‘papito, esa es mi mamá. Es impresionante que en tres años se te pierda la figura de tu esposa“, recuerda.
abrazarlo, lo rompieron. “Los que rompieron esa barrera fueron mi hijo y mi hija. No los conocía, fue un momento tenaz. Cuando me bajé del helicóptero, ellos me abrazaron, yo estaba llamando a otros. Eso fue muy impresionante. Había una señora que me trataba de coger con un ramo de flores en la mano. Yo decía pero ¿quién esta señora? Cuando mi hija me dice: ‘papito, esa es mi mamá. Es impresionante que en tres años se te pierda la figura de tu esposa“, recuerda.
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