No existe oposición, no existe cultura ni educación. Solo
mecanismos que reprimen la individualidad, la castigan, la demeritan. Esos son
los sistemas políticos y sociales que rigen y sesgan el propósito de un bien
común obrando sobre el bien particular.
Las batallas en pro y en contra de estos sistemas ya no
dejan rastro de sangre públicos salidos de proporción, al menos no como antes;
ahora son peleas más “diplomáticas”, ahora son batallas ideológicas las que se
desarrollan en el país y en el mundo, de una manera extraña.
Hace unos años, los partidos políticos se multiplicaron y
subdividieron. Actualmente, todos ellos, conformados y reconformados, están
desapareciendo. Esa es la nueva contienda, ¿cuáles quedan y cómo quedan
organizados?
Los colombianos observan distraídos las guerras y alianzas
políticas que se van fraguando, más interesados en el hecho, que en lo que
significa para la nación. El liberalismo quiere volver a ser el partido de hace
décadas, tiempos en que aún vivía su último líder real. El partido conservador
se reconstruye dirigido por la batuta de quien espera, con paciencia, reclamar
sus créditos.
Todos ellos parecieran ratas llamadas por El flautista de
Hamelin, saliendo de sus recovecos, entrando a otro mejor, apostándole al que
más responda a sus necesidades, todos quieren ir por el queso y el queso es el
poder del que, unos desean seguir alimentándose y otros quieren, finalmente ,
darle una buena probada.
Pero, realmente, cuál será la oposición, la reacción a un
sistema envenenado por los corruptos. La política ha llegado a lugares
inimaginables, también su teatro, para distraer mientras saquean el recinto sin
que se fijen. Dejando a su paso vicios culturales y educación estéril. Una
pantomima homogeneizadora y un reducto para la opresión. El flautista de
Hamelin reaparece en tiempos de elecciones.
Flor María Beltrán
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