La zozobra crece, y el llanto se hace
fuerte cuando se conoce la incompetencia que caracteriza a los altos dirigentes
del país.
Colombia, una Colombia que se hunden
la desesperación por salir adelante, por un muro imaginario que no permite
triunfar, un triunfo soñado, anhelado, y que está cada vez más lejos de las
expectativas la Nación.
Presidentes van y vienen, todos con
las mismas promesas, y casualmente con el mismo fin, NADA, un nada que llena de
rencor al colombiano, que no le permite vibrar por pasión en su ser, que
enmudece las ganas de ganar, de emprender la búsqueda a lo desconocido, ¿para
qué?, ya todo lo dicho “dicho está”, todo lo que se puede hacer “lo han hecho”.
Claro, lo anterior, más otras
mentiras, se han vuelto un virus en el país, una plaga que no deja respirar,
una obra de teatro que no permite ensayos, porque cuando el telón se cierra,
los aplausos de los enemigos son más fuertes, y los actores, los directos
perjudicados, el pueblo colombiano, no pueden sonreír de satisfacción.
Él lo sabe, el “amado” presidente
Santos lo conoce, sabe la tragicomedia que se vive en el país, aun así, aporta
libretos para seguir con esta. Y de
paso, la dirige. El territorio colombiano, ¡COLOMBIANO!, eso debe ser, colombiano, no de otros, ni una
parte, ni media.
¡Ya basta!, es la voz del pueblo que
pretenden callar, un partido peleando con otro, y así se vive, en constante
lucha, una lucha sin fin, un Uribe y un Santos con un país en la mitad que no
les importa, que poco les vale, cuando solo quieren el renombre en sus
apellidos.
En el alma de cada individuo vive esa desesperación de ser más, de
lograr más, donde la codicia y el
narcisismo combaten contra el respeto y el amor, todas las sociedades modernas
están perdiendo la batalla a ritmo acelerado, pues están alimentando las
fuerzas que impulsan la violencia y la deshumanización, en lugar de alimentar
las fuerzas que impulsan la cultura de la igualdad y el respeto.
Para formar un mundo en el que valga la pena vivir, con personas
capaces de ver a los otros seres humanos como entidades en sí mismas,
merecedoras de respeto y empatía, que tienen sus propios pensamientos y
sentimientos, y también con naciones capaces de superar el miedo y la
desconfianza en pro de un debate signado por la razón y la compasión.
Eso, el presidente debe tenerlo en cuenta al iniciar el guión de
la próxima función.
NATALIA MARÍA MENDIVIL RIVAS
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