En medio de
todo el desastre del paro agrario, el servicio de salud, el desempleo, los
violentos disturbios, y el descuido del que ha sido víctima el sector
agropecuario, los campesinos, y, por supuesto, el pueblo en general, aparece
una figura mucho más desesperanzadora: un presidente Santos, al que solo se le
ocurre cumplir sus responsabilidades, alegando: “Ese tal paro no existe”.
El paro agrario
fue el símbolo, la cresta de la ola, que materializa la ineficiencia, no solo
del mandato de Juan Manuel Santos, sino, también, los 8 años anteriores, llenos
de leyes que han venido perjudicando y degradando el sector salud, la constitución
política del país, el sistema de pensiones, la tasa del IVA, el empleo, las relaciones
internacionales, así como, un gobierno en el que desaparecieron alrededor de
30,000 ciudadanos, y se firmaron TLCs, que hoy son, en gran parte, responsables
de la crisis del agro. Ese es un panorama general de las decisiones
presidenciales de Álvaro Uribe Vélez.
Con esta
remembranza del pasado, no se pretende, en absoluto, desligar de su culpa al
actual presidente Santos. No se pretende desconocer el descaro y
despreocupación, con que ha asumido un país “que se le sale de las manos”, lleno
de resquebrajamientos en cada una de sus esquinas, ante los cuales, el Palacio
de Nariño está muy lejano –o ha decidido “polarizar” sus ventanas-, como para
poder verlos.
La
intención es un análisis de la sucesión en línea, y sin respiro, de presidentes
que parecen desconocer la verdadera riqueza de su país: lo agropecuario, la
tierra -y también el mar- en lo que se aventaja a los países desarrollados; en
pocas palabras, del sector primario económico, principal patrimonio colombiano,
depende el funcionamiento de los tres sectores restantes.
Pero no,
los presidentes colombianos han hecho de este país, una colonia de mandatarios
extranjeros, en la que otras naciones explotan los recursos; un país, en el que
se firman tratados internacionales de comercio en los que, únicamente, obtienen
el mayor provecho los foráneos, y los colombianos son engañados con resultados
de estudios mentirosos y discursos presidenciales falsos, llenos de bonitas y
alentadoras palabras.
Santos, y
los otros que han pasado por su puesto, han vendido las fortunas del país a
cambio de engordar sus bolsillos y los de la clase dominante, sin saber que,
hablando incluso, en términos egoístas, si supieran explotar y aprovechar esos
recursos los beneficios para ellos serían grandísimos, y el pueblo colombiano,
estaría ampliamente en mejores condiciones, al menos, no estaría tan desamparado.
Steffi Hernández Papaleo
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