Por Fabiana Ramírez
Ávila
“Hay que reconocerle al tipo que
tiene el nombre bien puesto”, “lleva una camisa de mangas sisas que parece
sacada del guardarropas de Rambo”, “aún me pregunto por qué los votantes del
canal The History Channel no escogieron a Dangond como el segundo gran
colombiano”; estas fuertes expresiones alusivas al intérprete vallenato
Silvestre Dangond introducen el eje temático del siguiente texto.
Con base en la opinión del
reconocido periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos, en su artículo “Contra
Silvestre Dangond, publicado en la revista Soho, expongo mi apreciación del
lenguaje utilizado por el autor para referirse al cantante y el límite periodístico
que ejerce frente a la incidencia de Silvestre como figura pública.
En primera instancia, considero
que Salcedo utilizó calificativos y analogías muy duras y grotescas como: “esperar
que Silvestre el agreste opte por la mesura es como pretender que los cerdos
dejen de revolcarse en el lodo”. Respecto a lo anterior, pienso que no hay que
maquillar la verdad ni decirla con miedo si es así, pero es necesario que, como
periodistas, ejerzamos el respeto por el buen nombre de los demás y seamos
cuidadosos con las adjetivaciones que usamos para marcar nuestros criterios.
En segunda instancia, pienso que
dentro de los límites periodísticos ejercidos en el artículo, el autor cruza la línea delgada de la opinión
y, según mi interpretación, refleja una marcada oposición hacia la imagen del
artista. Así mismo, considero que son válidas las críticas que pueden surgir
sobre las actitudes de Silvestre partiendo de su representativa figuración
pública, pero lo que no comparto con Salcedo son sus juicios inclementes que
parecen olvidar la naturaleza humana inevitablemente acompañada de errores del
cantante.
Finalmente, puedo concluir que, además
de los amplios conocimientos que posee el periodista sobre el vallenato, que
constituyen las bases para los juicios que realiza en el artículo tratado
anteriormente, es esencial e igualmente válido resaltar que no somos perfectos
y que al momento de exponer nuestras opiniones, cargadas de subjetividad, no es
necesario caer en exageraciones ni barbarismos para reflejar nuestro criterio y
mostrar una percepción del artista, aparentemente desconocida, pero, en
realidad, conocida por una mayoría que se hace la
desentendida.
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