Por Nicolás Restrepo Gómez
Ha
pasado un día desde que la revista SOHO publicó en sus páginas la columna de
Alberto Salcedo Ramos, el destacado periodista y, además, experto en Vallenato.
Salcedo Ramos utiliza calificativos bastante fuertes para describir al cantante
de música vallenata Silvestre Dangond, sin bajarlo de ordinario e inculto y
compararlo con personajes famosos por su ruda apariencia como Chuk Norris y
Rambo.
Silvestre
Dangond, el reconocido cantante de vallenato e ídolo en su tierra, al parecer,
un admirable hombre para las multitudes que, en cada una de sus presentaciones,
agota la boletería del evento, una vez más está en el ojo del huracán y
aplastado por la opinión pública. Es indigno que un despreciable y mal educado
como él represente parte de la imagen de una cultura de Juglares y poetas que
hacían del vallenato una delicia para el oído.
Pese
a ser un ídolo para muchos jóvenes que aman su música, el cantante parece no
entender que su imagen es una influencia para ellos y más en un país como el
nuestro en el que gran número de la población rural adora a sus “ídolos” y los
acoge como fieles representantes de su cultura e idiosincrasia. Adorado también por los medios, Dangond
recurre a lo más bajo para llamar la atención y generar polémica con sus
comentarios y letras, que resaltan el machismo de un rustico modelo de hombre
grotesco y de pésimo gusto.
En
su último álbum “La Novena Batalla”, utiliza la imagen de un líder guerrillero
usando como accesorios un significativo número de armas que dejan mucho a la
imaginación de un país víctima de la inclemencia de grupos armados y violentos,
idénticos a los que, jocosamente, representa el cantante en la portada de su
disco. Pese a la crítica, Silvestre Dangond sigue representando al vallenato
como género en el mundo dejando atrás la tradición de un pueblo.
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