Por: William
Agudelo Cubillos.
Luego
analizar y reflexionar, de seguir con lupa, el escrito y las reacciones que
generó la diatriba escrita, en la revista Soho, por Alberto Salcedo Ramos, he logrado
una conclusión. Si bien una diatriba, como lo define el diccionario de la RAE:
es un discurso o escrito violento e injurioso contra alguien o algo, desde mi
romanticismo académico y periodístico, esto no es periodismo.
No
puedo negar que el cronista se atrevió hablar de un tema que muchos quisieron compartir
desde hace mucho tiempo. Tampoco puedo descartar que la esencia crítica del
escrito fuera reprobar las actuaciones del artista. Lo que reprocho
radicalmente es el lenguaje violento y censurable usado por Salcedo Ramos a
referirse al cantante, que no deja de ser una persona a la cual hay que
respetar.
Si
lo que quería el periodista era llamarle la atención, en público, a Silvestre
Dangond por sus vergonzosos actos en tarima, creo que no había ninguna
necesidad de recurrir a semejante violencia simbólica como la que se maneja en
el escrito, especialmente en esta frase: “Su
boca no recibe órdenes del cerebro sino del aparato digestivo: más que hablar,
excreta”.
Lo
único que ha generado Salcedo con su diatriba es la reacción y enfrentamiento:
entre los seguidores de Silvestre y aquellas
personas que no gustan del artista. Su análisis no ayuda a reflexionar sobre lo
que se piensa, a favor o en contra, del personaje.
Desde
su manera de relatar y analizar los videos, se observa una animadversión en
contra del artista. El escrito no ayuda a construir ciudadanía, sino por el
contrario a incitar al lector, por medio del morbo y el lenguaje impetuoso, a
ser violento.
Soy
un fiel amante del vallenato, de la ‘yuca jorra’ como muchos denominan a este
ritmo musical. Nací, crecí y moriré amando nuestro folclor, porque hace parte
de la cultura de una región, de un país. Es por eso que quiero agregar que
Silvestre Dangond no es, ni ha sido, el único cantante vallenato que ha tenido
actos deplorables en presentaciones públicas.
Comenzando
por el lenguaje vulgar usado, muchas veces en tarima, por Diomedes Díaz;
pasando por las evidentes borracheras en conciertos de Iván Villazón, y
terminando, con Poncho Zuleta y su famosa parranda donde vocifera a viva voz,
después de escucharse en el fondo una ráfaga de disparos, “Nojoda, viva la
tierra paramilitar”. Creo, señor Alberto Salcedo Ramos, que debe hacerse un
análisis más profundo, respetuoso y profesional, no solo sobre la forma de
actuar de Silvestre Dangond, sino del ‘modo operari’ de los cantantes que
enmarca el folclor vallenato.
Es
triste que uno de los mejores cronistas de Colombia cometa este tipo de
errores. No se debe criticar, como el afirma al inicio de su escrito, “forzado por el compromiso de escribir(…)”.
El periodista no se debe dejar llevar por sus pasiones, y creo que ese fue el
notable y lamentable error cometido por Alberto Salcedo Ramos. Finalmente es un
ser humano como todos y tiene derecho a equivocarse y reivindicarse. Pero tengo,
como estudiante de periodismo, que reprocharle su forma violenta de escribir
sobre violencia; porque así como Silvestre es un personaje público, usted
admirable cronista, también es seguido e imitado por muchos.
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