Por Catalina López Lafaurie
Recuerdo
cuando era pequeña, crecí debajo de los
palos de caucho y de mango que caracterizan a Valledupar, una ciudad que me
tendrá enamorada por el resto de mi vida: la tranquilidad y la sensación de paz
que recorre mi cuerpo cuando llego, es inexplicable e inigualable. Allí donde
el vallenato era la expresión más sublime de los sentimientos.
Ya no soy la
misma niña que corría por todos los lados de la casa de mi abuela, ni la que
bailaba vallenatos sin vergüenza alguna, ahora, soy una mujer que extraña esas
hermosas poesías que los compositores le hacían al amor, al pueblo o a la
amistad; tal vez, en aquella época, las letras no significaban mucho para mí,
pero hoy me da tristeza decir que esas poesías se convirtieron en brincoleos, y
no en gritos, sino alaridos; al final, eso es lo que le gusta a la gente ahora.
Esto me hace
recordar al periodista Alberto Salcedo Ramos, referente a lo que escribió
contra Silvestre Dangond, en la Revista Soho, un cantante que logró estar
posicionado con las canciones que le hablaban al amor y a la belleza de la
mujer como ‘a blanco y negro’, ‘la colegiala’, ‘la pareja del momento’, entre
otros. Pero ahora, no hace más que cantarle a las mujeres sobre ‘lo cachonas´
que pueden ser, al evidente machismo que se escucha en sus canciones y que él
solo se deja querer, ya lo dice en uno de sus discos, ‘la que me quiera la
quiero’.
Lo chistoso
del asunto es que, a raíz del posicionamiento que ha logrado Martín Elías en el
vallenato, a Silvestre le han surgido una especie de celos y en algunos de sus
conciertos lanza indirectas diciendo que él no grita, él canta de verdad; como
si no se diera cuenta que él pega alaridos, y en esos hasta se le ha salido el
gallo. Lo cierto, es que Silvestre está en su mejor momento, así duela admitirlo, tal y como
estuvo Diomedes, que todo disco que sacaba, era éxito. Ahora, se da el lujo de
vivir en Miami para buscar a ‘la gringa’ que no pudo traducir la lengua de los
indios al inglés.
Las
preguntas que yo me hago son ¿qué pasó con el vallenato? ¿dónde están esas
letras hermosas que enamoran? ¿dónde está los paseos de Rafael Escalona? ¿dónde
están esas canciones que contaban la vida de un pueblo? ¿las que hablaban de
amistad como la de ‘Jaime Molina’? ¿será que con la muerte de Leandro Díaz, el
hombre que veía con los ojos del alma, se fueron las mejores inspiraciones de
los compositores? O ¿será que hoy le seguirán cantando a los brincoleos? Tal
vez las época han cambiado, pero sé que los sentimientos siguen intactos.
La verdad, no
soy experta en vallenato, ni soy estudiosa de la música; puedo comentar que
nací en Bogotá, crecí en Santa Marta, pero algo que sí me da orgullo decir es
que me considero de Valledupar, y, lo único que me tranquiliza es que, por lo
menos, tendré el placer de viajar todos los años al ‘Festival de la Leyenda
Vallenata’, para escuchar esas canciones debajo de los palos de caucho y de
mango que cuando niña me enamoraron sin tener idea de lo que significaba el
amor.
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