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viernes, 13 de septiembre de 2013

¿Qué pasó con el vallenato?

Por Catalina López Lafaurie

Recuerdo cuando era pequeña,  crecí debajo de los palos de caucho y de mango que caracterizan a Valledupar, una ciudad que me tendrá enamorada por el resto de mi vida: la tranquilidad y la sensación de paz que recorre mi cuerpo cuando llego, es inexplicable e inigualable. Allí donde el vallenato era la expresión más sublime de los sentimientos.

Ya no soy la misma niña que corría por todos los lados de la casa de mi abuela, ni la que bailaba vallenatos sin vergüenza alguna, ahora, soy una mujer que extraña esas hermosas poesías que los compositores le hacían al amor, al pueblo o a la amistad; tal vez, en aquella época, las letras no significaban mucho para mí, pero hoy me da tristeza decir que esas poesías se convirtieron en brincoleos, y no en gritos, sino alaridos; al final, eso es lo que le gusta a la gente ahora.


Esto me hace recordar al periodista Alberto Salcedo Ramos, referente a lo que escribió contra Silvestre Dangond, en la Revista Soho, un cantante que logró estar posicionado con las canciones que le hablaban al amor y a la belleza de la mujer como ‘a blanco y negro’, ‘la colegiala’, ‘la pareja del momento’, entre otros. Pero ahora, no hace más que cantarle a las mujeres sobre ‘lo cachonas´ que pueden ser, al evidente machismo que se escucha en sus canciones y que él solo se deja querer, ya lo dice en uno de sus discos, ‘la que me quiera la quiero’.
Lo chistoso del asunto es que, a raíz del posicionamiento que ha logrado Martín Elías en el vallenato, a Silvestre le han surgido una especie de celos y en algunos de sus conciertos lanza indirectas diciendo que él no grita, él canta de verdad; como si no se diera cuenta que él pega alaridos, y en esos hasta se le ha salido el gallo. Lo cierto, es que Silvestre está en su mejor  momento, así duela admitirlo, tal y como estuvo Diomedes, que todo disco que sacaba, era éxito. Ahora, se da el lujo de vivir en Miami para buscar a ‘la gringa’ que no pudo traducir la lengua de los indios al inglés.

Las preguntas que yo me hago son ¿qué pasó con el vallenato? ¿dónde están esas letras hermosas que enamoran? ¿dónde está los paseos de Rafael Escalona? ¿dónde están esas canciones que contaban la vida de un pueblo? ¿las que hablaban de amistad como la de ‘Jaime Molina’? ¿será que con la muerte de Leandro Díaz, el hombre que veía con los ojos del alma, se fueron las mejores inspiraciones de los compositores? O ¿será que hoy le seguirán cantando a los brincoleos? Tal vez las época han cambiado, pero sé que los sentimientos siguen intactos.


La verdad, no soy experta en vallenato, ni soy estudiosa de la música; puedo comentar que nací en Bogotá, crecí en Santa Marta, pero algo que sí me da orgullo decir es que me considero de Valledupar, y, lo único que me tranquiliza es que, por lo menos, tendré el placer de viajar todos los años al ‘Festival de la Leyenda Vallenata’, para escuchar esas canciones debajo de los palos de caucho y de mango que cuando niña me enamoraron sin tener idea de lo que significaba el amor.

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