Un tema que ha generado debate, inconformidad,
puntos a favor y en contra, en fin, un tema que asedia la opinión política y
ciudadana, una temática que esperanza a muchos, pero también atemoriza a otros.
Colombia abrió paso a los diálogos de paz, un posible medio para intentar
instaurar la tan anhelada tranquilidad
que desea y ha estado esperando el país por mucho tiempo. Después de estar
largos años sumidos en la violencia y opresión
por las Fuerzas Armadas Revolucionarias, de Colombia (Farc) para muchos ya es hora de poner fin a la guerra, pero
también hay preocupación de qué costará
tan anhelado deseo.
En anteriores gobiernos,
también se intentó entablar un proceso
de paz, pero los resultados no fueron fructíferos. Hoy día los colombianos del
común y gran parte de la élite política de los diferentes partidos expresan sus
perspectivas, y, sin lugar a duda, todas las opiniones
son diversas, no se puede negar que hay escepticismo en la situación por
una sencilla razón, hay desconfianza, hay temor, temor que se va acrecentando
día tras día al ver nuestros televisores
plagados de noticias violentas, atentados, secuestros, donde se hace evidente
el papel antagonista de esta historia,
historia que pareciese que tuviese fin.
Ahora bien, los medios de
comunicación están colmados de lo que
piensan analistas, políticos, expresidentes, en fin, personas que están de
cerca en este proceso de paz o que tiene
un vasto conocimiento. Pero qué pensamos nosotros los ciudadanos del común,
aquellas personas víctimas, aquellos que fueron secuestrados y que hoy intentan
restaurar su vida, qué opinión le merece
este tratado a lo que hacen llamar “la voz de Dios es la voz del pueblo”. Es
difícil dar respuesta a esta enigmática pregunta, pero lo cierto es que las
opiniones están divididas y por más que se quiera tomar una decisión en
conjunto, la copa ya rebosa de tantos pensamientos e ideas. Si lo vemos bien,
no todas van al mismo centro, considero que es lo más normal y lo que habría de
esperarse, pues somos seres humanos que debatimos con nuestros propios
pensamiento, aún más con los pensamientos de los demás.
Lo más seguro es que la voz del pueblo quiera un cambio y, como seres
humanos que ansiamos un país tranquilo, debemos estar prestos a enfrentar este
reto, desde nuestra condición como ciudadano no rechacemos ni demos la espalda a
nuevas posibilidades de transformación. Por mi parte, concibo el tratado de paz como una puerta que
se abre al cambio, un reto que muestra
un horizonte, que, despejado o no, hay esperanza en la medida en que nos vamos acercando. No se
trata de ser confiados y extender los brazos ante el enemigo, es cuestión de
precaución y prudencia. La responsabilidad del presidente Santo de llevar a
cuestas un asunto delicado, no es tarea fácil, es una labor de mucha seriedad y
compromiso.
El temor y las incertidumbres
siempre estarán; por eso, comprendo a ese grueso de la población que se opone
rotundamente a este proceso. Pero es importante tener claro que las negativas y
malas actitudes no generan cambios, que
ir en búsqueda de ideales propios sin importar a quien derrumbemos ni pisemos en el camino nos hace seres egoístas, esto son flagelos
que impiden dar entrada a nuevos caminos. Sí, es difícil, hasta podría llegar
a ser solo un seño, pero así como no pagamos un peso por soñar, tampoco lo hacemos por tener
esperanzas. No es fantasía, no es ficción. Es la lucha de un pueblo que clama y
gime por libertad.
Los sentimientos que juegan
en contra no dejarán ver más allá del
odio y del rencor, lo que nos ciega es lo que nos destruye. No es mentira que Colombia
es un país que se acostumbró a vivir con el dolor, esclavizado y azotado por la
guerra, pues, de cierta manera, esto ha
conllevado a un pensamiento pesimista, un pensamiento que no ve más allá del miedo.
Lo que nos resta es esperar
y tener fe. Así como dice una parábola bíblica: si tuvieras fe como un grano de
mostaza, le dirías a las montañas muévanse y estas se moverán; entonces, por qué no tener un poco de fe ante algo que parece un imposible como
nuestro anhelado tratado de paz, que si lo vemos bien, más que una montaña
sería el Everest, pero todo es posible si se cree. Esta es la fe, tener esperanza y certeza de lo que se espera y convicción de lo
que no se ve.
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