Por Sherlim Galván Gutiérrez
La
pelea por una igualdad social, por tierras y por el “bien común”, se han
convertido en los elementos y factores divisores entre las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Gobierno; escogiendo como “carnada” el
pueblo colombiano, que ha sufrido casi medio siglo (48 años) los daños
sociales, físicos y psicológicos como víctimas, e, incluso, también, como
victimarios.
El
anuncio del presidente Juan Manuel Santos, afirmando la negociación o proceso
de paz con las FARC, donde mencionaba que solo faltaba fijar la fecha exacta de
uno de los hechos, que, sin duda alguna, dejará huella en la historia
político-social del país, recreó en mí, aquellos intentos fallidos de paz, a
través del diálogo, por parte de algunos de los anteriores gobiernos.
Sin
embargo, a pesar de las ilusiones rotas y estrelladas fuertemente de los
colombianos contra el piso, es claro que gran masa de la población confía en
este proceso, y tiene puesta sus esperanzas en ella, para poder, incluso, salir
a caminar tranquilamente por su ciudad, pueblo o vereda; sentarse sin miedo en
la puerta de su casa; continuar con su actividad agrícola, sin miedo de quedar
sin una pierna, un brazo o morir por una de las tantas minas.
Todos
somos colombianos, pero pocos lo sentimos y demostramos el sentido de
pertenencia por nuestro país; el problema radica en que creemos que Colombia es
solo su físico o geografía, ignorando lo que la hace una Nación, un Estado, una
sociedad, eso que ignoramos es: “SU
GENTE”; aquí es donde necesitamos cumplir con nuestro deber ser, aplicar
nuestro raciocinio, ponerle lógica y conciencia a las palabras que expresamos,
a los actos que realizamos y, consecuentemente, sus efectos.
Si
queremos lograr la paz en este proceso, necesitaremos que todos asuman sus
responsabilidades, que salga a flote la transparencia, permitiendo que la
opinión pública participe, por lo menos, presenciando directa o indirectamente
dicha negociación; teniendo en cuenta, no las necesidades que posea las FARC o
el Gobierno, sino asumiendo las insuficiencias de la población colombiana, a
través de sus opiniones y gritos a toda voz, que, por muchos años, han lanzado
y no se han escuchado; uno de esos gritos se escucha aún muy fuerte: “no más
guerra, no más violencia, no más secuestros, no más fuego, sólo MÁS VIDA”. Lastimosamente,
como se ha dicho en muchas ocasiones, lo difícil no es ser bueno o malo, lo
difícil es ser justo.
El
problema de todo colombiano, o por lo menos de la mayoría, es que únicamente
tenemos una misión, mas no una visión; esto quiere decir que pensamos sólo a
corto plazo la solución de la situación de nuestro país y no en la acciones que
pueden perdurar mucho más tiempo en nuestra sociedad, precisamente porque nos
gusta lo fácil, lo instantáneo, lo rápido. Es imposible, para mí, que el país
completo logre ponerse de acuerdo y tener un mismo pensamiento de la situación;
sin embargo, hay algo que nos une, y lo que nos une se deriva de los sentimientos
y un solo querer, la paz.
A
pesar de ese sentimiento que nos une, existen muchos más sentimientos que
vuelven nuestra ilusión compartida en algo efímero, por acontecimientos
archivados en las vidas, mentes y “corazones” de muchos colombianos, que han
vivido esta guerra más cerca de la muerte y el dolor que otros. Es imposible
lograr complacer y satisfacer las expectativas de millones de colombianos con
diferentes perspectivas; por lo tanto, el trabajo del Gobierno en este proceso
será complicado y para tomar una decisión, tendrá que pensarlo más de dos
veces.
Miles
de crímenes cometidos, en especial de lesa humanidad; por ello, me pregunto
¿hasta qué punto está dispuesta Colombia para llegar a la tan anhelada paz?
¿Qué tan buenos somos los colombianos para perdonar hechos tan atroces?,
preguntas como estas me ponen a pensar, qué tan preparados estamos para
“conocer” la paz, después de vivir tantos años en violencia; por ejemplo, la
nuevas generaciones que han crecido en medio de noticias, llenas algunas únicamente
de morbo, violencia y sangre.
Tenemos
una ilusión que no queremos dejar, al contrario, queremos cumplir; sin embargo,
debemos prepararnos para los resultados de esta negociación, ya sea para
estrellarnos una vez más o para saciar las ansias de la paz, y si es así, ¿por
qué y cuál será nuestra próxima ilusión? Y a qué cambios y sentimientos nos
tendremos que enfrentar, para bien o para mal como sociedad.
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