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miércoles, 7 de agosto de 2013

Un país, una ilusión: La paz

Por Ana Carolina Vargas Barrera

Colombia es un país lleno de contrastes. Mientras que en un polo decenas de familias se acuestan angustiadas  por no saber qué brindarles de comer a sus hijos la mañana siguiente, en el otro se quejan porque su filet mignon no quedó en su punto; mientras existen incesantes lluvias en varias zonas del país, algunas han dejado de realizar muchas actividades por las abundantes sequías. Este mismo contraste se hace evidente en los pensamientos de los colombianos al observar la diversidad de opiniones existentes sobre el favoritismo o inconformidad hacia el nuevo tratado de paz entre el gobierno del presidente Santos y las Farc.

Puedo definir el estado de la mayoría de ciudadanos ante este tratado en dos palabras: escepticismo y esperanza. Si bien es cierto que a este tratado lo anteceden muchos intentos más por la paz, las épocas son diferentes y los protagonistas de éste también lo son.  Es cierto que un tratado a base de seguridades completas o confianzas  ciegas no es la mejor elección; sin embargo, encontrar algunos colores en el oscuro futuro que muchos auguran de Colombia no es un pecado.

Pies sobre la tierra, pensar con cabeza fría, no ensillar la bestia antes de tenerla, son muchos los consejos que han salido a relucir ante este pacto de paz. Sin embargo, muchas personas los han tomado como un incentivo para la incredulidad o desconfianza, actitudes que sólo le aportan un granito de arena al monstruo de negativismo que habita en muchos espíritus colombianos.

Existe un dicho que postula “golpear no es entrar”, ¿por qué no darle la oportunidad a este nuevo gobierno de dejar en la nación el legado de la paz que los anteriores gobiernos no han podido? ¿Por qué adentrarnos en la tan encasillada mentalidad de que si no se pudo antes no se podrá nunca? Quien encuentre soluciones productivas para llegar a la paz de Colombia en estas preguntas, que se postule y lleve a cabo el tratado de paz, pues muchos son los que critican y piden a gritos la paz, y pocos son los que trabajan por lograrla.

El conflicto que vive Colombia hace 50 años no se culmina firmando el tratado de paz. El conflicto que consume cada vez más los rincones colombianos es mucho más profundo. El verdadero conflicto yace en la desigualdad, en la inequidad, en la pobreza, en la deshonestidad, en la falta de sentido de pertenencia por nuestro país, en el desplazamiento, en la poca confianza que tenemos en nosotros y que nuestras acciones denotan; hasta que no se cambien estos aspectos, a pesar de que se firme un acuerdo, la paz no será completa.

Existen muchos personajes públicos que están en contra del tratado de paz, y sus argumentos son variados, algunos justos y otros poco esperanzadores. Uno de los más representativos opositores de este pacto es el ex presidente colombiano, Álvaro Uribe Vélez.  Su oposición se basa en las experiencias que la vida le ha brindado, experiencias que para muchos son ajenas y difíciles de entender totalmente. El hecho de que la contraparte de este pacto, es decir, las Farc, sean los culpables intelectuales y materiales del asesinato de varios de sus familiares, convierte este tratado en un imposible y absurdo pacto.

Ante la opinión del expresidente me muestro respetuosa.  Se respeta totalmente su opinión, pero no se comparte, teniendo en cuenta que este tratado se debe observar muy objetivamente, dejando a un lado las subjetividades, debido a que sus resultados abarcan un país entero, no sólo la vida de unos pocos.

Sin embargo, a pesar de lo que digan muchos, este acuerdo debe  tratarse como una oportunidad de lo que podría ser un gran cambio, debido a que si el tratado no termina siendo un éxito, no perdemos nada, por el contrario, si el tratado se hace realidad, ganaríamos mucho; ganaríamos las ganas de salir adelante, de progresar, de luchar por nuestras metas, ganaríamos el sueño tan anhelado de todos los colombianos, la paz.


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