Colombia es un país lleno de contrastes. Mientras que
en un polo decenas de familias se acuestan angustiadas por no saber qué brindarles de comer a sus
hijos la mañana siguiente, en el otro se quejan porque su filet mignon no quedó
en su punto; mientras existen incesantes lluvias en varias zonas del país,
algunas han dejado de realizar muchas actividades por las abundantes sequías.
Este mismo contraste se hace evidente en los pensamientos de los colombianos al
observar la diversidad de opiniones existentes sobre el favoritismo o
inconformidad hacia el nuevo tratado de paz entre el gobierno del presidente
Santos y las Farc.
Puedo definir el estado de la mayoría de ciudadanos
ante este tratado en dos palabras: escepticismo y esperanza. Si bien es cierto
que a este tratado lo anteceden muchos intentos más por la paz, las épocas son
diferentes y los protagonistas de éste también lo son. Es cierto que un tratado a base de
seguridades completas o confianzas ciegas
no es la mejor elección; sin embargo, encontrar algunos colores en el oscuro
futuro que muchos auguran de Colombia no es un pecado.
Pies sobre la tierra, pensar con cabeza fría, no
ensillar la bestia antes de tenerla, son muchos los consejos que han salido a
relucir ante este pacto de paz. Sin embargo, muchas personas los han tomado
como un incentivo para la incredulidad o desconfianza, actitudes que sólo le
aportan un granito de arena al monstruo de negativismo que habita en muchos espíritus
colombianos.
Existe un dicho que postula “golpear no es entrar”, ¿por
qué no darle la oportunidad a este nuevo gobierno de dejar en la nación el
legado de la paz que los anteriores gobiernos no han podido? ¿Por qué
adentrarnos en la tan encasillada mentalidad de que si no se pudo antes no se
podrá nunca? Quien encuentre soluciones productivas para llegar a la paz de
Colombia en estas preguntas, que se postule y lleve a cabo el tratado de paz, pues
muchos son los que critican y piden a gritos la paz, y pocos son los que
trabajan por lograrla.
El conflicto que vive Colombia hace 50 años no se
culmina firmando el tratado de paz. El conflicto que consume cada vez más los
rincones colombianos es mucho más profundo. El verdadero conflicto yace en la
desigualdad, en la inequidad, en la pobreza, en la deshonestidad, en la falta
de sentido de pertenencia por nuestro país, en el desplazamiento, en la poca
confianza que tenemos en nosotros y que nuestras acciones denotan; hasta que no
se cambien estos aspectos, a pesar de que se firme un acuerdo, la paz no será
completa.
Existen muchos personajes públicos que están en
contra del tratado de paz, y sus argumentos son variados, algunos justos y
otros poco esperanzadores. Uno de los más representativos opositores de este
pacto es el ex presidente colombiano, Álvaro Uribe Vélez. Su oposición se basa en las experiencias que
la vida le ha brindado, experiencias que para muchos son ajenas y difíciles de
entender totalmente. El hecho de que la contraparte de este pacto, es decir,
las Farc, sean los culpables intelectuales y materiales del asesinato de varios
de sus familiares, convierte este tratado en un imposible y absurdo pacto.
Ante la opinión del expresidente me muestro
respetuosa. Se respeta totalmente su
opinión, pero no se comparte, teniendo en cuenta que este tratado se debe
observar muy objetivamente, dejando a un lado las subjetividades, debido a que
sus resultados abarcan un país entero, no sólo la vida de unos pocos.
Sin embargo, a pesar de lo que digan muchos, este
acuerdo debe tratarse como una
oportunidad de lo que podría ser un gran cambio, debido a que si el tratado no
termina siendo un éxito, no perdemos nada, por el contrario, si el tratado se
hace realidad, ganaríamos mucho; ganaríamos las ganas de salir adelante, de
progresar, de luchar por nuestras metas, ganaríamos el sueño
tan anhelado de todos los colombianos, la
paz.
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