Colombia, un territorio que
prefiere la costumbre, antes que los cambios, un país que tiene miedo de
querer modificar lo que por años nos ha
limitado a crecer como sociedad. Sin embargo, es una patria que comienza a
despertar de una pesadilla política que, por años, nos ha dejado en el ahogamiento.
Llegó el momento de remover
a ese imperio, que nos ha gobernado de acuerdo a su conveniencia, pese a que
literalmente vivimos un país donde prevalece la democracia; ésta se ha perdido,
pues importa más el monopolio que quieren montar las altas cortes del gobierno,
que el pensamiento del ciudadano.
La costumbre se ha
convertido en el peor error del colombiano, debido a que, en nuestra mente
permanece la visión de que, por más intentos realizados para tratar de contar
como personas con voto en esta sociedad, es paso en falso, ya que, nos
amoldamos a la idea que nos debemos sumergir a lo que los demás digan y no a lo
que pensamos, que, en cierta forma, puede convenir para una mejoría para el
pueblo colombiano.
Son muchas las promesas que
la élite política vive haciendo, pero son pocas, se afirmaría que muy contadas,
las que llegan a cumplir. Se tiene en claro que políticos como Samper en su
momento, Uribe, Pastrana, entre otros, han hecho de este país un disparate,
pero es innegable que no toda la responsabilidad de sus actos recae sobre
ellos, también recae sobre todos los colombianos que deciden callar y no
manifestar el descontento que los gobiernos de ellos provocaron, situaciones
que nos han llevado a una costumbre interminable, a una pesadilla política que
si sigue así, superaría un siglo lleno de sufrimiento.
Basado en lo dicho, se
asegura que es necesario el cambio para el país, no basta con creer en promesas
que no se puedan cumplir, es determinante crear una nueva forma de gobierno, un
nuevo rumbo que nos ayude a salir de la rutina que, por décadas, nos mantiene
sumergidos, con la mínima posibilidad de tener avances que favorezcan la
sociedad
Yomarid Escorcia M.
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