Colombia, un país lleno de
oportunidades para el desarrollo sostenible de su población, está inmerso en un
amplio historial de problemas políticos
y años de guerra que no dejan más que dolor y pérdidas, sectores menos favorecidos,
como el campo, sufren el peso de las peores consecuencias, intereses externos
ponen en juego la economía y la estabilidad de toda la nación.
La concentración del poder
en pocos, la monopolización de los medios y de los intereses del país por parte
del gobierno, han hecho de Colombia un sector
en conflicto y vulnerable, el foco para potencias que ven en el
subdesarrollo la oportunidad de triunfo. Además de lo anterior, cabe aclarar
que existe una deuda externa que nos amarra, de una u otra forma, con los
gringos, así todo es más viable y favorable para ellos.
Está claro que la tecnología
y el desarrollo industrial de las naciones en vía de desarrollo, como nuestro
país, no alcanza para competir con mercados que son potencia en el mundo y que
cuentan con toda la tecnología e infraestructura necesaria para garantizar el
100% de calidad en los productos, tanto del agro como de la industria.
Hay que rescatar que el
democrático gobierno colombiano se niega a garantizar a los campesinos
subsidios competentes que permitan la sostenibilidad de los cultivos; todo lo
contrario sucede allá arriba, Estados Unidos ayuda al menos 60 veces más a sus
agricultores para que produzcan calidad y, al mismo tiempo, súper produce por
encima de los estándares nacionales; en total, la comida que sale de sus
bodegas sirve para alimentar a toda la población estadounidense y les sobra.
Dar paso sin restricción a
productos del sector, que, por obvias razones, desplazarían hasta su fin a los
agricultores rurales es un riesgo, el tema de la calidad en los productos para
Norte América es un asunto de “Seguridad Nacional” y, según ellos, los países
en vía de desarrollo no cumplen con los estándares de impecabilidad
establecidos. La competencia es desigual, pero aún así, el pacto está firmado y ahora solo queda
atenerse a las consecuencias.
Nicolás Restrepo Gómez
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