Lo encomiable y
esperanzador de todo lo visto en La Habana, es que al final se ha dado un paso
importante hacia la consolidación de un sueño esperado desde mucho tiempo
atrás. Sin embargo, el camino que se anduvo para llegar a ella, permite
sospechar sobre la toma de decisiones poco convincentes que garanticen el
surgimiento de la democracia equitativa que nunca nadie dejó de esperar.
Una justicia que tambalea
para castigar severamente a los líderes de la guerra de ayer (paramilitarismo)
y la de hoy (Farc), hacen parte de ese compendio de asuntos misteriosos que
dejan al país formulando más preguntas que respuestas. Y es que acaso, ¿no
persiste un aire enrarecido por el peligro de que esos hombres de guerra
reconstituyan sus manuales de funcionamiento, y entonces, el crimen organizado
se convierta en el nuevo escenario de combate?
Vaya tragedia callarían—y callarían porque no
faltará el accionar censurante que estos grupos utilizan como tácticas de
guerra—los colombianos que les tocó vivir allá,
en las tierras donde el Estado olvidó que tenía que hacer presencia. Ojalá al
presidente y su gabinete de negociadores
no se les borre de la memoria la herencia que nos dejó el expresidente Uribe
con sus intimidantes Bacrim.
De otro lado, este
escrito no es un llamado al pesimismo, ni mucho menos, una propaganda de oposición
política al proceso de paz, pues no se puede evitar reconocer que ambas partes
han puesto las primeras piedras para la construcción de un país que garantiza
la participación democrática. Así cómo alguna vez se prometió y escribió en la
constitución.
Pero, sí es un llamado a la
revisión, a la rectificación de los negociadores, a tomar decisiones sin
apuros, porque si hay algo que ha aprendido un colombiano, es evidentemente, a
desconfiar de las cosas estables, de lo que parece y después no lo fue.
Escribió Sebastián Trujillo
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