Por Nicolle
Olmos y Shadya Torres
La
actual crisis migratoria que enfrenta el mundo parece ser la más abominable de
la historia, la guerra es finalmente causa y detonante, a la vez, de que
millares de personas se lancen al mar y/o la frontera en busca de un ‘nuevo
comienzo’ aun cuando no haya nada seguro y la incertidumbre sea el remo para
avanzar.
Durante
años, los problemas entre el gobierno republicano de Estados Unidos y el estado
socialista unitario de Cuba, han dejado muertos a diestra y siniestra en el
afán de abandonar un país y llegar al otro; sin embargo, nunca estas acciones
desesperadas fueron tan alarmantes como lo han sido recientemente; el conflicto
que viven los países del Estado Islámico o los que se ubican al sur del
continente europeo, ha excedido los límites, a tal punto, que el pueblo se ha visto
teñido de ríos de sangre por la ofensiva constante del grupo yihadista, además,
de la eterna contienda que ha prevalecido por el territorio.
Ahora bien, la imagen de Aylan Kurdi, el niño
de tres años que apareció ahogado en una playa de Turquía, después de que
naufragara el bote de goma en el que escapaba con su familia migrante, le dio
la vuelta al mundo en cuestión de segundos y retumbó en la consciencia de
muchos, incluyendo la de nosotras: ¿qué podemos esperar de este mundo tan
desnaturalizado cuando nuestros pequeños fallecen antes de empezar a vivir?
Esta muerte se le suma a la de su hermano, su
madre, nueve personas más y las miles de almas que, día tras día, se aventuran
en el carrusel de la muerte para huir de sus tierras natales donde hay
desesperación y muerte, es decir: muerte, muerte y muerte. Desde Siria, Libia,
Egipto, África Subsahariana y cualquier otro rincón no tan conocido de ese lado
del globo terráqueo, intentan cruzar el mar mediterráneo para llegar a Europa
en busca de un futuro prometedor. Se calcula que en lo que va del 2015, al menos
31.500 personas han arribado a Italia y Grecia, principales puntos de acceso al
mágico universo del progreso.
Muchas
familias que tomaron la determinación de emprender el viaje de éxodo, han
contado con la fortuna de ser acogidos en diferentes países, gracias a que
algunas naciones de la Unión Europea se han condolido y han abierto sus puertas
para recibir a los inmigrantes, pero los esfuerzos no alcanzan ni alcanzarán.
Lastimosamente, con los niños sirios se ahoga
la esperanza en la humanidad, puesto que la fragilidad, la inocencia, la
perseverancia y los sueños con los que nace cada infante, se desvanecen cuando
las atrocidades, concebidas por el mismo ser humano, los arrastran sin piedad
en un juego nulo de prioridades, donde les despojan el merecido papel
protagónico para ser convertidos en un agregado del olvido. Haga de cuenta que
ese infante somos todos, entonces, ya estamos perdidos.
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