Por Sebastián Trujillo
Sanclemente
Lo de La Habana tenía que
ocurrir. Y si Colombia no quiere enterrar, esconder o disfrazar un muerto más
con las ropas de un falso positivo entonces que los ecos de las conversaciones
no paren de resonar hasta que concluyan
el acuerdo.
Conseguir la paz es empresa
larga y compleja. Pero tampoco una quimera. Hay posibilidades de que los
fusiles dejen de disparar, después de cincuenta años, si los colombianos tienen
escenarios para redactar y pronunciar discursos que propongan ideas
constructivas.
Y cuando hablo de
colombianos, el gentilicio es general. Desde los apellidos Trujillo
Sanclemente, Samper Ospina, Santos Calderón y Uribe Vélez, hasta las etnias más
escondidas y olvidadas en los rincones del país.
Contrario a Samper, y sin
ser simpatizante de algún partido político o personaje reconocible ante las
multitudes, las hipótesis del expresidente Álvaro Uribe sobre las causas del
siniestro del helicóptero Black Hawk, necesitan ser escuchadas. Pero no porque
los designios de Álvaro Uribe sean el entorpecimiento de las negociaciones,
prefiero omitir, por ahora, esa interpretación que muchos hacen, sino, en
reemplazo de lo anterior, como responsabilidad y cuidado de la libertad
expresiva. ¿O es que la verdad tiene
dueño?
Si la tesis de este escrito
fuera juzgar, o leer las intenciones invisibles detrás de cada partícipe y
opositor de los tratados en Cuba, déjeme decirle pues, que ya puedo ver la
sombra de un Nobel de Paz queriendo proyectarse tras los pasos de Santos, y coincidiera,
entonces, con el humorista Samper Ospina. Sí, Uribe pretende algo más, y
sospecharía de asuntos turbios.
Yo quiero terminar
contándole un secreto que no lo es tanto. Irlanda del Norte duró 29 años de
guerra y 10 de negociaciones, el gobierno de ese país firmó la paz en 1998. No fue fácil, en La Habana van tres, y
mi esperanza se alimenta de infinita paciencia. Claro, y libertad para debatir.
El silencio en Colombia no es una opción.
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