Desalentar es a Uribe, lo que auto-mentirse, creyendo que
engaña a todo el país, es a Santos. Ni la paz y la seguridad son imposibles, ni
las Farc están abandonando las armas por ramitas de olivos.
Por Danya Balero
Montoya
Desde el inicio del proceso de
paz, el 4 de septiembre de 2012, cuando Santos traicionó el pacto invisible que
firmó al lanzar su candidatura presidencial, respaldado por Álvaro Uribe, twitter
se convirtió en un campo de batalla, donde estos dos personajes se disparan palabras
hasta hacer flaquear la credibilidad y el buen nombre del otro.
A diario, Uribe destruye el
país en 144 caracteres. Sus acusaciones minan cualquier intento por obtener
conciliación, y para él, sentarnos en una mesa, a discutir en forma civilizada,
con los grupos subversivos (colombianos también), es un zapatazo a la dignidad
colectiva. Su filosofía, entonces, consiste en ‘conseguir la paz, a partir de
la guerra’.
Con esto no quiere decir que
las Farc merecen ser absueltas de los crímenes cometidos, o que el gobierno
debe ocultar la verdad al ciudadano para que este no pierda la fe, como tapando
el sol con un dedo. No. Lo que significa es que a todo hay que darle su más y
su menos. Los bandidos, y no me refiero solamente a los camuflados del monte,
sino también a aquellos de traje, corbata y fragancia Paco Rabanne, deben
responsabilizarse legalmente de sus acciones, y la visión de un país en paz,
debe pasar de ser una ambición a una realidad palpable.
Para nadie fueron ajenos los
devastadores titulares de prensa publicados a mediados del año en curso,
dedicados línea a línea a la guerra: “Ataque de las Farc deja sin electricidad
a 500.000 personas en el sur de Colombia”, informaba el portal Agencia EFE;
mientras que la página del País.com se encabezaba con “Farc causan emergencia
ambiental en el Putumayo por derrame de crudo”; y El Espectador, por su parte,
con “Ataque a patrulla de la Policía en Cauca deja cuatro heridos”.
Todos, horrores ocurridos
paralelamente al ‘levantamiento de la tregua unilateral’ del grupo guerrillero,
que se mantuvo durante cinco meses; 15 días consecutivos en los que la
esperanza de los colombianos se trasformó en un amargo sabor de boca, que
nuestro querido Uribe, por supuesto, aprovechó para desmoronar la ya dudosa paz
de Santos en un enfrentamiento de tweets.
Lo que le reprocho al actual
Senador no es que critique al proceso. Un estado democrático se compone de
opiniones distintas y de los errores se aprende, pero lo que está mal es atacar
por atacar, e inventar sucesos para generar polémica, como lo hizo el uribista
José Obdulio Gaviria en su controversial columna ‘Hay que creerles’, del 2012.
Es que desalentar es a Uribe, lo que auto-mentirse, creyendo que engaña a todo
el país, es a Santos. Ni la paz y la seguridad son imposibles, ni las Farc
están abandonando las armas por ramitas de olivos.
Yo creo en la paz,
independientemente de que no esté de acuerdo con algunas estrategias y con la
falta de templanza en el accionar de nuestro presidente, y estoy convencida,
también, que alguien como Uribe, un tan importante líder de opinión, debe ser
un ejemplo de construcción de democracia, justicia y, sobre todo, paz. Sin embargo,
para que esto suceda, el ex presidente tiene que, en palabras del columnista
Daniel Samper, “desmovilizarse: abandonar el terrorismo verbal y reincorporarse
a la vida civil”.
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