Por Laura V. Orozco
Defender
un país de la impunidad y evitar la vulneración de sus derechos
constitucionales, ha parecido ser para quienes no son partidarios del uribismo
y quienes están esperanzados en un proceso de paz, que poco da muestras de un
verdadero avance en esta materia, una seria patología de quienes no confían en
las oscuras intenciones de las Farc.
En
Colombia, siempre ven con malos ojos el hecho de cuestionar cada uno de los
pasos que ha dado el proceso de paz porque, más allá de querer sabotear las
conversaciones en La Habana, como muchos afirman, es profundizar en los tratos que
no pueden considerarse siempre positivos, debido a que el Presidente de la
República, Juan Manuel Santos, no está excepto de caer en intenciones particulares.
Por
lo tanto, si Daniel Samper Ospina dice en su columna de opinión Propuesta para desmovilizar al uribismo,
que es importante no solo acordar la paz con las Farc, tiene razón en algo: es
necesario firmar la paz con quienes han sometido al país aberrantemente y
promoverla dentro de los mismos ciudadanos, porque esta nace desde el interior
de cada uno, pero también es de muchísima importancia analizar de qué forma se
van a llevar a cabo los acuerdos y cómo están respondiendo los actores ante
este proceso.
De
acuerdo con el senador Álvaro Uribe Vélez, no se puede confiar en un grupo
delictivo que, mientras adelantan conversaciones sobre paz en La Habana,
contradicen sus supuestas intenciones de lograrlo, al arremeter contra la
población colombiana y acabar con vidas de personas inocentes. Además, no es de
fiarse tampoco que un mandatario abra las puertas de su país y permita que
dentro de él se ejecuten ofensivas, solo por el miedo de que los negociadores
subversivos se levanten de la mesa y le trunquen su ilusión de caminar hacia el
Nobel de Paz.
Así
que, decirle Samper a Uribe que se incorpore en la vida civil es una sugerencia
innecesaria y poco suficiente, pues incluido en la sociedad está desde que
empezó a ser víctima de la guerrilla y pensó en luchar por la seguridad de
todos aquellos que conviven en este país. Un país que, con gente hermosa y
desagradable, sufre más por la entropía que generan ciertos grupos armados de
izquierda que, de hecho, han desviado el cauce de su ideología primigenia.
Con
todo esto, no pretendo escudar al expresidente y ahora senador Uribe de todas
las acciones en que ha incurrido, ni mucho menos ponerlo en el altar donde lo exonere
de algunas de sus prácticas. Lo único que me interesa es el bienestar de mi
país y el futuro al cual se enfrenta desde que, a ciegas, se dejó representar
por algunos políticos para conseguir algo tan difícil.
De
esta forma, también insisto en que la paz no consiste en darle a un colectivo
armado, herramientas y oportunidades para regenerarse, cuando han sido ellos
quienes no han tenido la sensibilidad para preguntarle a sus víctimas:
“¿Quieren una oportunidad para vivir? La guerra no es solo la que ocurre entre
el Estado y la guerrilla: es esa que se construye día a día con la intolerancia
de cada uno de los individuos compatriotas. Sobre cómo se consigue la paz,
podría exponer mi opinión en una futura ocasión; esto solo constituye mi
oposición a la idea de desmovilizar al uribismo, pues la paz implica más que
eso.
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