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miércoles, 11 de diciembre de 2013

La quinta de la historia, la naturaleza y el arte

Por Katina Daza

Era un sábado por la mañana, el sol cálido indicaba que debía salir a disfrutar de Santa Marta; leyendo una revista local, encontré un artículo sobre el lugar donde murió el libertador y tal artículo sembró la idea en mí de visitar ese tan mencionado hogar que sirvió de lecho de muerte al gran Simón Bolívar.

La mañana avanzaba y, justo a las 10:02 de la mañana, llego a la Quinta de San Pedro Alejandrino en un taxi que en cuyo interior sonaba música clásica, muy raro en la ciudad; el taxi parecía un canario susurrando su silbido armonioso con su pico, me acerco a la caja a cancelar los  12 mil pesos de mi entrada y, apenas, paso la línea del celador, Luis Martínez, quien dijo: “seguramente, te enamorarás de este lugar, cuidado con el dengue que hay muchos mosquitos por esta zona”.
Quedé un poco asustada después de esa advertencia, pero lo olvidé de inmediato e ingresé a un lugar donde el tiempo cambió, las primeras palabras del celador no fueron en vano, la sensación era que me había embarcado en una máquina del tiempo y hubiese llegado a un lugar fuera de lo conocido, la naturaleza conspiraba para sentirme  tranquila respirando  el verde penetrador de sus árboles y escuchando pájaros cantando sincronizadamente como si fueran una filarmónica que componían un escenario lleno de naturaleza capaz de transportar a cualquier persona a otra época.

Tiempo después, se acercó a mí una guía, su nombre era Luisa Portillo, era simpática, parecía una indígena con su cabello negro largo y ojos achinados. A medida que iba hablando, cualquier persona que la escuchara se podía dar cuenta de su conocimiento acerca del lugar, la vida y horas previas a la muerte del libertador. En algún momento, ella dijo “al libertador le encantaba la tranquilidad de este lugar” y como no si en la Quinta solo se respira paz. Conforme iba recorriendo el recinto, noté la presencia de unos turistas venezolanos, una familia integrada por cuatro personas que se veían sorprendidos por la grandeza de la Quinta, les pregunte a qué se debía su sorpresa y su respuesta  dejaba en evidencia que este espacio donde estábamos era un tesoro cultural, ellos dijeron “estamos sorprendidos porque un lugar así no se ve en nuestro país, si acá te aburres de la historia puedes ir al museo a ver arte y sino respirar la tranquilidad de la naturaleza, es grandioso”.
  

La atmósfera que rodea al lugar es mágica porque se da una combinación perfecta entre naturaleza y arte debido a que hace presencia el Museo Bolivariano de Arte contemporáneo al interior del recinto, las obras dentro del museo reflejaban la esencia del lugar debido a que el tema de la exposición que se presentaba tenia por nombre “la paz de la naturaleza;” definitivamente, el autor no pudo escoger un mejor lugar para exponer sus obras, para dar una experiencia placentera todas las piezas dentro del lugar funcionan a cabalidad similar a las piezas de un motor de un auto cuyo engranaje hace que el carro funcione a cabalidad, así funciona la Quinta de San Pedro desde la entrada, pasando por el recorrido de historia y arte, hasta llegar al destino final que este recorrido fueron las estatuas del libertador.

A medida que iba caminando, me imaginaba todo el recorrido que algún día hizo el libertador por este recinto, la guía mostraba cada lugar y qué función cumplía cada uno de ellos, llegamos al cuarto donde murió el Libertador, me preguntaba si el siendo tan alto, dormiría cómodo en esa cama, por un momento me lo imaginé acostado y sentí como si su espíritu estuviera vivo dentro del recinto, pareciera que en ese lugar el tiempo se detuvo para no avanzar más, solo algunas cosas fueron modificadas, lo demás, estaba tal cual al día de su muerte. Como por ejemplo árboles que tienen 400  años de estar sembrados en esta hacienda que ofreció en ese entonces, Don Joaquín de Mier a nuestro libertador.

Se hacían las 12:40 de la tarde, mi recorrido estaba culminado: así como la mañana estaba llegando a su ocaso para darle cabida a la tarde, era hora de irme, no sin antes agradecer a mi guía, quien, así como un capitán de avión, comanda a su flota hasta buen destino, así mismo ella dio por terminado este recorrido que tuvo matices de naturaleza, historia y arte por doquier.

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