Por Evelio Durán, Liseth Castillo y
María José Jacquin.
Durante
la Semana Mayor, y parte de la siguiente, en las redes sociales comenzaron a
circular los audios y las fotografías de panfletos que habían sido repartidos
por las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, en los cuales se explicaba que,
con motivo de conmemoración del asesinato de Francisco José Mórelo Pénate,
miembro del grupo, se “invitaba” a la comunidad a participar de un paro durante
todo el día 1 de abril: sí, un paro armado.
Los
Gaitanistas, que hacen parte del ‘Clan Úsuga’, extendieron la privilegiada
invitación a los departamentos del Chocó, Córdoba, Santander, Norte de
Santander, Magdalena, Sucre y Bolívar. Porque claro, ¿quién no quisiera
quedarse en casa por la muerte de Pachito? “Quedémonos recordando a Pacho,
levantémonos tarde, perdamos un día de trabajo, porque, igual, si salimos, nos
van a dar ‘Chumbimba’”, magnífica invitación.
En
Santa Marta, el miedo de los habitantes no se hizo esperar: llegado el día del
paro, muchos de los establecimientos comerciales permanecieron cerrados, gran
parte de la población estudiantil decidió permanecer en casa, las instituciones
públicas no laboraron y, desde el mediodía, disminuyó el movimiento del
transporte público. Todos tenían miedo, todos teníamos miedo.
El
conflicto armado en Colombia ya tiene más de 50 años; sin embargo, parece que
hubiésemos regresado a la época en que los grupos al margen de la ley tenían
control sobre todas las zonas del país, cuando entraban a las fincas exigiendo
atenciones, acribillaban a pueblos enteros y desplazan a millones de familias.
El
miedo sigue allí, no se ha disipado. Pero ¿cómo iba a hacerlo?, si el paro dejó
muertos en distintas partes del país y hasta hubo quema de buses en Medellín. El
miedo nos consume, nos carcome; tanto que confundimos actos delictivos que nada
tenían que ver con el paro: en la ciudad, se escucharon los rumores del
asesinato de un tendero (¿o era un taxista?) que laboró, y que, al parecer, fue
un invento, una mentira ocasionada por el temor de los samarios.
Es
evidente que el ‘Clan Úsuga’ ha tomado la fuerza suficiente para extenderse por
varias partes del país, y no es para menos: la bacrim ya tiene varios años de
haberse conformado y la siguen tomando como unos cuántos vándalos agitadores y
revoltosos. No lo son. El paro lo demostró. Quizá el Presidente Santos deba
concentrarse un poco más en las “pequeñas cosas” que ocurren dentro del país.
¿De qué nos sirve lograr la Paz en La Habana si ya tenemos otros paramilitares?
¿Para qué?
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