Por Diana Russo Manjarrés
La muerte de Robin Williams, ganador de un premio
Óscar, dos Emmys y cuatro Globo de Oro, inmediatamente ennegreció la mañana del
11 de agosto del presente año. Una noticia tan inesperada como espantosa, de
esas que uno nunca se las termina de imaginar. Y no tenía más que 63 añitos. Su
última película fue Una Noche en el Museo
2. A todo el mundo lo cogió por sorpresa, sobre todo cuando es el genio hollywoodense
del humor quien muere, paradójicamente, de depresión.
La muerte de actores tan consabidos, profesionales y
agradables constituyen un duro golpe para todos y cada uno de los que
disfrutamos fervientemente del mundo del cine. Para mí, personalmente, fue un
golpe durísimo, pues todas las películas de mi infancia tuvieron que ver
directa o indirectamente con él. Sé que nunca llegué a conocerlo a fondo, pero
era una persona que irradiaba carisma, sencillez y dulzura. Era de esas
estrellas radiantes y eternas que dejan una marca en nuestros corazones con
todo lo que hacen y dicen. Nunca olvidaremos su legado, y las lágrimas que
derramaremos sus fanáticos al recordar sus frases, igual o más celebres que él,
serán de infinita nostalgia.
Aunque respeto la decisión absoluta que tomó
Williams de quitarse la vida, no estoy de acuerdo con el suicidio como
solución. Si bien es sabido que lo único que es seguro es la muerte, hay otras
maneras y formas de salir del hoyo de la depresión. Si hubiese dependido de mí,
yo hubiese alentado a sus familiares y allegados a que hablaran y pasaran más
tiempo con él, o bien yo me hubiese hecho su amiga, si hubiese tenido la
oportunidad; hubiese entablado conversaciones, comentado con él cualesquiera
que fuesen sus problemas, y tal vez, de alguna u otra forma, hubiese mejorado
su condición y estuviese todavía con nosotros.
Pienso que lo que faltó fue ahondar más en él,
tratar de ver más allá de la apariencia feliz que mostraba y del asunto de que
"como él hacía solo comedia, su vida, por tanto, tenía que ser pura
comedia y disfrute". Esta falsa concepción ha hecho que a la depresión no
se le tome en serio y no la tratemos como lo que en verdad es: una enfermedad.
Cada día, a cada momento, en alguna parte del mundo una persona se quita la
vida. Podría considerarse que es, junto al estrés, la enfermedad más grave del
siglo. Pero mientras sigamos volteando el rostro y siendo indiferentes ante la
depresión, nada va a cambiar y van a seguir habiendo suicidios. No podemos
darle importancia a las muertes de los famosos. Lamentablemente, todavía hay
muchas más personas que ocultan grandes tristezas bajo pequeñas sonrisas.
Ahora bien, los comentarios de mi familia, conocidos
y de todas aquellas personas que he podido entrevistar, ponen al suicidio como
cobardía, como "salida fácil", como atajo. El suicidio es un punto de
clímax, un giro definitivo, y requiere una carga gigante de valentía y un pecho
y mente lleno de determinación. Decidir en un momento de tu vida que quieres
acabar con ella, enfrentarte a tener que renunciar a todo y a todos, es una
decisión que requiere pantalones bien puestos. Por esto es que para mí, el que
Williams se haya suicidado es todo menos una salida fácil.
La más carismática de las estrellas se apagó. El
mundo del humor ha quedado cruelmente abandonado. Personajes tan memorables
como el Hombre Bicentenario, Popeye, El hombre del año, el profesor Phillip Brainard de Flubber, el inolvidable y encantador Patch Addams y hasta un entrañable genio
de la lámpara maravillosa... todos ellos con su toque característico, puestos
para quedarse en el colectivo imaginario hollywoodense y en el corazón de todos
y cada uno de nosotros. No nos queda más que desearle un buen viaje a la otra
vida y paz para siempre en su tumba.
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