Buscar en este blog

sábado, 30 de agosto de 2014

CUANDO LA MÁS GRANDE DE LAS SONRISAS ESCONDE LA MÁS GRANDE DE LAS TRISTEZAS

Por Diana Russo Manjarrés

La muerte de Robin Williams, ganador de un premio Óscar, dos Emmys y cuatro Globo de Oro, inmediatamente ennegreció la mañana del 11 de agosto del presente año. Una noticia tan inesperada como espantosa, de esas que uno nunca se las termina de imaginar. Y no tenía más que 63 añitos. Su última película fue Una Noche en el Museo 2. A todo el mundo lo cogió por sorpresa, sobre todo cuando es el genio hollywoodense del humor quien muere, paradójicamente, de depresión.

La muerte de actores tan consabidos, profesionales y agradables constituyen un duro golpe para todos y cada uno de los que disfrutamos fervientemente del mundo del cine. Para mí, personalmente, fue un golpe durísimo, pues todas las películas de mi infancia tuvieron que ver directa o indirectamente con él. Sé que nunca llegué a conocerlo a fondo, pero era una persona que irradiaba carisma, sencillez y dulzura. Era de esas estrellas radiantes y eternas que dejan una marca en nuestros corazones con todo lo que hacen y dicen. Nunca olvidaremos su legado, y las lágrimas que derramaremos sus fanáticos al recordar sus frases, igual o más celebres que él, serán de infinita nostalgia.


Aunque respeto la decisión absoluta que tomó Williams de quitarse la vida, no estoy de acuerdo con el suicidio como solución. Si bien es sabido que lo único que es seguro es la muerte, hay otras maneras y formas de salir del hoyo de la depresión. Si hubiese dependido de mí, yo hubiese alentado a sus familiares y allegados a que hablaran y pasaran más tiempo con él, o bien yo me hubiese hecho su amiga, si hubiese tenido la oportunidad; hubiese entablado conversaciones, comentado con él cualesquiera que fuesen sus problemas, y tal vez, de alguna u otra forma, hubiese mejorado su condición y estuviese todavía con nosotros.

Pienso que lo que faltó fue ahondar más en él, tratar de ver más allá de la apariencia feliz que mostraba y del asunto de que "como él hacía solo comedia, su vida, por tanto, tenía que ser pura comedia y disfrute". Esta falsa concepción ha hecho que a la depresión no se le tome en serio y no la tratemos como lo que en verdad es: una enfermedad. Cada día, a cada momento, en alguna parte del mundo una persona se quita la vida. Podría considerarse que es, junto al estrés, la enfermedad más grave del siglo. Pero mientras sigamos volteando el rostro y siendo indiferentes ante la depresión, nada va a cambiar y van a seguir habiendo suicidios. No podemos darle importancia a las muertes de los famosos. Lamentablemente, todavía hay muchas más personas que ocultan grandes tristezas bajo pequeñas sonrisas.

Ahora bien, los comentarios de mi familia, conocidos y de todas aquellas personas que he podido entrevistar, ponen al suicidio como cobardía, como "salida fácil", como atajo. El suicidio es un punto de clímax, un giro definitivo, y requiere una carga gigante de valentía y un pecho y mente lleno de determinación. Decidir en un momento de tu vida que quieres acabar con ella, enfrentarte a tener que renunciar a todo y a todos, es una decisión que requiere pantalones bien puestos. Por esto es que para mí, el que Williams se haya suicidado es todo menos una salida fácil.


La más carismática de las estrellas se apagó. El mundo del humor ha quedado cruelmente abandonado. Personajes tan memorables como el Hombre Bicentenario, Popeye, El hombre del año, el profesor Phillip Brainard de Flubber, el inolvidable y encantador Patch Addams y hasta un entrañable genio de la lámpara maravillosa... todos ellos con su toque característico, puestos para quedarse en el colectivo imaginario hollywoodense y en el corazón de todos y cada uno de nosotros. No nos queda más que desearle un buen viaje a la otra vida y paz para siempre en su tumba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario