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viernes, 11 de septiembre de 2015

Los ‘miserables’ sueldos de los roedores del Congreso

Por Andrea Paola Suárez Burgos y Laura V. Orozco Madrid

La desigualdad económica en el país es extremadamente desesperanzadora: mientras a los congresistas les alcanza su salario para despilfarrarlo como quieran, el ciudadano del común tiene que enfrentarse con el terrorífico dilema de cómo distribuirlo para, por lo menos, poder comer. La grieta que separa estos distintísimos mundos es excluyente porque beneficia desmedidamente a quienes se alimentan del bolsillo de los menos favorecidos.


El debate que hay, porque hay que hacerlo, no se debe centrar en si el salario de los parlamentarios es muy elevado, aunque lo sea, sino en la proporcionalidad que existe entre el ‘extenuante’ trabajo que realizan y su remuneración. Mientras un campesino se parte el lomo bajo las inclemencias del sol recogiendo lo que a duras penas le alcanzará para el desayuno de mañana, los roedores de corbata cranean el futuro del país en cómodas sillas que solo ocupan 64 veces al año.

Aquellos que reciben sueldos pagados por los colombianos, gozan del magnífico privilegio de no cumplir jornadas laborares como deben hacerlo otros cargos, por ser un puesto político. Muchos, seguramente, solo pisan el Congreso cuando es estrictamente obligatorio; entonces, al debate que hay que plantear, también se le suma la proporcionalidad entre el compromiso y responsabilidad que asumen con el país y el excesivo monto de su salario.

Exactamente, son 6.862’800.000 de pesos que nos quitan a los colombianos por no hacer nada que nos favorezca; al contrario, las sesiones del Congreso parecen ser unas vacaciones en Miami, donde duermen explayados en sus tronos. El paralelo es que una persona que se gana un salario mínimo de 644.350 pesos, trabajando hasta más de 8 horas, tiene que trabajar duro y parejo durante, al menos, 40 meses para conseguir lo que un congresista absorbe en 28, si acaso, con subsidios de transporte, seguridad, una prima de navidad de más del 75 por ciento y demás regalitos por debajo de cuerda.

Resulta un arduo desafío imaginar cómo viviría un político de estos con un salario mínimo, hasta se lo merecen. Sus hijos no tendrían la mejor educación en los Andes, el Rosario, la Eafit y muchas otras universidades, para prepararse sobre cómo seguir sus manchados pasos.
                                            
Si bien, un congresista puede renunciar al ilógico incremento salarial del 4,66%, la cuestión es si alguien se sensibilizará y rehusará a aceptarlo por el contexto económico del país. Bueno, no seamos malpensados: posiblemente, habrá algunos que manifiesten su espíritu altruista, pero bajo cuerda se lo cobrarán multiplicado por dos o por tres.

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