Por Paula Garcés
Al parecer, la renuencia del expresidente Uribe por la
posibilidad de encontrar un camino hacia la paz de este país, tras más de cinco
décadas de violencia y conflicto, puede tener solo un significado: su
fascinación por la guerra y decadencia de Colombia. No es posible que él y
todos quienes le siguen no comprendan la importancia de establecer un país que
puede prosperar y avanzar a pesar de las dificultades.
No podemos cerrarle las puertas a los diálogos en La
Habana, una propuesta que podría resultar en cambios trascendentes a través de
la discusión de asuntos como el desarrollo agrario, la participación política
de las Farc, el narcotráfico y los cultivos ilícitos, la reparación a las
víctimas y, por último, pero no menos importante, el fin del conflicto.
Por vez primera, el gobierno y la guerrilla se han puesto
de acuerdo y se han fijado objetivos claros para ver si, de una vez por todas,
esta guerra cesa; sin embargo, el principal detractor de la paz, Álvaro Uribe
Vélez, no ha dudado en lanzar comentarios ante cualquier avance que se logre.
Colombia se ha perdido de grandes oportunidades para
competir a nivel mundial con otros países en áreas como educación, salud y
seguridad social, debido a que muchos de los recursos de la nación han
terminado en las Fuerzas Armadas y su intento por "cuidar" a la
población civil, una realidad que debería preocupar a todos los colombianos.
Por esto, es necesario reflexionar y visualizar lo que
queremos que sea nuestro país. Aunque para los uribistas no es una opción, ¿no
sería mejor conciliar con las Farc si dejan las armas y le dan la cara a las
víctimas? Tengo la esperanza de que la
paz puede triunfar a través de los diálogos y que no está de más intentarlo,
porque con la guerra nunca seremos una patria verdaderamente democrática.
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